¿Por qué soy médico homeópata?

Dr. José Enrique Eizayaga

La homeopatía ya formaba parte del entorno de la familia donde nací y crecí. Mi padre era médico y luego de haber ejercido la especialidad de urólogo en el Hospital de Vicente López durante algunos años, se volcó a la homeopatía sorprendido por los resultados que había podido observar con el tratamiento homeopático de las enfermedades venéreas. Esto ocurría antes del descubrimiento de los antibióticos.

Gran entusiasta, mi padre contaba fascinantes anécdotas de su quehacer médico. Enseñaba y escribía sin cansarse. Además, en casa con 8 hijos, casi todo se trataba con homeopatía.

Así que surgida la vocación médica resultó natural que me volcara a esta disciplina con la que estaba familiarizado y que me despertaba enorme curiosidad. Esta orientación no impidió que me deslumbraran las ciencias médicas y todos los avances de la medicina que aprendí en la Facultad y en el Hospital de la mano de una lista larga de grandes maestros y pares, muchos de ellos motivo de un cálido y agradecido recuerdo. Conocimientos de los que ningún homeópata puede en realidad prescindir por dos motivos. Primero porque es necesario saber qué es lo que uno está tratando en el paciente, o poder establecer un diagnóstico. Y segundo, porque sólo conociendo el diagnóstico uno puede determinar si el tratamiento homeopático va a ser suficiente o si va a ser el más adecuado.

Ya iniciando sistemáticamente y en profundidad los estudios y las primeras prácticas de la homeopatía me encontré con una doble realidad contradictoria. En realidad comunes a la práctica de la medicina en general y supongo que muy humanas en el fondo. Por un lado, la frustración de los fracasos. Uno sale de la Facultad creyendo que va a poder curar o resolver casi todo. Pero no. La realidad es que a veces parece que uno ayuda a curar, otras sólo a aliviar y otras ni siquiera. En homeopatía la frustración es doble, porque por su naturaleza el tratamiento debe ser “individualizado”. Esto significa que, según las características del paciente, una misma afección puede ser tratada con medicamentos diferentes. Ante el fracaso siempre surge la pregunta insidiosa: ¿se trata del problema o soy yo que no estoy dando con el tratamiento más adecuado? La verdad es que el estudio y la experiencia han ido con el tiempo, digámoslo así, aumentando las probabilidades de obtener buenos resultados terapéuticos. Y los años enseñan también a colocarse en una postura menos engreída y a darse cuenta de que los pacientes no sólo buscan curarse o aliviarse. También necesitan ser escuchados, comprendidos y calmar sus miedos y preocupaciones. Y creo que esto es cada vez más cierto, debido a una medicina que parece ir en dirección contraria, poniendo a mucha gente paranoica respecto de su salud.

La otra realidad con la que me encontré, que movía y mueve mi entusiasmo y la búsqueda de mejores conocimientos, eran los pacientes con mejorías espectaculares e inesperadas. Como el de un hombre que padecía una osteomielitis crónica (infección de hueso) del fémur derecho desde hacía 30 años, por la cual había sido operado una docena de veces y había tomado innumerables antibióticos. Tenía una fístula (como una herida abierta) en el muslo de unos 20cm de largo que supuraba constantemente, la que en pocos meses de tratamiento cerró completamente y persistió cerrada hasta varios años después. O como el caso de otro hombre con insuficiencia cardíaca grave probablemente causada por alcoholismo, quien desde hacía 6 meses dormía sentado debido a la dificultad respiratoria que tenía al acostarse. “El día que comencé con el tratamiento pude dormir acostado”, contó cuando volvió al mes de haber empezado el tratamiento. Pocos meses después volvió a su trabajo, que además era de albañil. Otro hombre curó completamente una úlcera gigante de estómago que por la radiografía se había presumido maligna (esto era antes de la existencia de la endoscopía y seguramente no era cancerosa) por la cual vomitaba sangre al menor esfuerzo físico.

Tres ejemplos apenas de experiencias impactantes e imborrables que he vivido y que no me dejan resquicio de duda sobre la efectividad del tratamiento homeopático. Por supuesto, no vaya a concluir el lector que estos casos son comunes. La realidad habitual es mucho más modesta, desde luego. Pero hay algo que bien vale la pena subrayar. La homeopatía tiene herramientas para no sólo mejorar anomalías biológicas, sino también y al mismo tiempo para que el paciente se sienta mejor, tanto en general y de estado de ánimo, como de innumerables malestares difusos que no caben en ningún diagnóstico clínico. Y esto también es un atributo extraordinario e invalorable de la homeopatía que hace que su ejercicio como médico resulte altamente satisfactorio.


Dr. Juan Ignacio Eizayaga

Gracias a mi padre he vivido en el mundo de la homeopatía desde que nací. De niño (y no tan niño) no supe lo que era tomar un antibiótico o un calmante. De hecho, la primera vez que tomé un antibiótico fue a los 29 años de edad. Lo recuerdo bien.

Al terminar el bachillerato comencé mi propia historia dentro de la medicina. Todo fue nuevo y emocionante. Pero, especialmente, todo fue distinto a lo que había imaginado.

En el último año de la carrera tuve la suerte de conocer la que fue la especialidad que elegí para formarme luego de recibirme: Medicina Familiar. Tenía todo lo que buscaba en una especialidad. Que fuera amplia en su contenido y que permitiera desarrollar un vínculo con el paciente que no fuera el de una consulta de pocos minutos.

Simultáneamente a Medicina Familiar comencé a acercarme al mundo de la Homeopatía. Aquí nuevamente todo fue distinto a lo que imaginaba. Me costó bastante este cambio de paradigma. Especialmente recuerdo haber sido inicialmente escéptico con la teoría y filosofía de la misma, así que me concentré en observar los resultados que los pacientes tenían. Necesitaba encontrar respuesta a una simple pregunta: ¿funciona?

Con el transcurso del tiempo no pude más que rendirme ante la evidencia que mis ojos me mostraron y me sumergí más y más dentro de este nuevo mundo.

Comprobé desde el principio que la Homeopatía se complementaba de manera fantástica con lo que ya venía practicando en mi práctica hospitalaria. El consultorio del médico de familia y del homeópata se parecen mucho. Ambos consultorios son de medicina general. En ambos consultorios se atienden desde niños a adultos, desde pacientes con cosas simples a pacientes con problemas profundos y complejos. Y en ambos consultorios se le da al paciente lo que más necesita: tiempo para expresarse.

Comprendí que la medicina homeopática y la alopática se combinan de manera ideal y que ambas terapéuticas tienen alcances y falencias. Conociendo estas realidades, el alcance terapéutico del médico que domina ambas disciplinas es mucho mayor que el que maneja una sola especialidad.

Luego de casi 20 años como médico y de 17 años como homeópata no concibo para mi práctica otra forma de ejercer la medicina.


Dr. Francisco Xavier Eizayaga

Tal vez mi experiencia no sea la habitual, habiendo nacido en una familia en que mi padre era médico homeópata. Cuando decidí estudiar medicina tenía decidido hacer homeopatía pero no sabía realmente el porqué. Luego de los años de carrera, internado médico y unos 10 años en el servicio de Clínica Médica del Hospital Pirovano tuve un prolongado contacto con la medicina que mi padre respetaba mucho. Al mismo tiempo estudié Homeopatía y me di cuenta que lo más interesante que aportaba la Homeopatía, aparte de dar armas para tratar una gran cantidad de enfermedades con medicamentos desprovistos de la preocupación que causan los efectos colaterales, era poder comprender que detrás de cada paciente hay una persona distinta, que está afectada en diferentes aspectos físicos, anímicos, problemas familiares y personales. El medicamento homeopático con su inusual (para los médicos de hoy en día) forma de estudio, permite ayudar a la persona en todos estos aspectos sin fraccionarla en pequeños compartimientos estancos. Es frecuente ver pacientes desorientados por la estanqueidad y la segmentación con la que la medicina convencional trata al paciente. La homeopatía trata a la persona como una unidad y en su individualidad. Esto, que es una sorpresa para el médico novicio en Homeopatía, transforma al médico experimentado dificultándole su posterior ejercicio de la medicina (especialmente cuando es ambulatoria). Al ejercer la homeopatía es muy difícil poder volver a tratar pacientes con la visión habitual, restringida, de una especialidad médica. Otro de los efectos importantes del medicamento homeopático, es la posibilidad de tratar pacientes sin tener que someterlos a una posible adicción medicamentosa en el futuro, ya que éstos no crean dependencia. Este es otro gran problema de los fármacos actuales.

Luego de años de ejercer la Homeopatía, me vi obligado a confrontar con mi práctica y me dediqué parcialmente a la investigación básica con el objeto de poder experimentar con diluciones homeopáticas. Este contacto me permitió participar durante 8 años en un grupo de la Universidad de Bordeaux (Francia) que trabajaba con diluciones homeopáticas de Aspirina, mostrándome no sólo los efectos de las diluciones homeopáticas en modelos experimentales sino además que éstas podrían tener, en caso de ser  mal utilizadas, potenciales efectos adversos.

La Homeopatía tiene un amplio campo de utilización que, sin embargo, no es ilimitado, por lo que su uso debería estar restringido a médicos. Su uso permite al médico contemplar y ayudar al paciente a superar padecimientos tanto físicos como psíquicos restableciendo la salud y la sensación de bienestar sin arriesgar caer en adicciones medicamentosas.